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miércoles, 23 de enero de 2013


"Marina me dijo una vez que solo recordamos lo que nunca sucedió. Pasaría una eternidad antes de que comprendiese aquellas palabras. Pero más vale que empiece por el principio, que en este caso es el final."

Así comienza la novela Marina, de Carlos Ruiz Zafón. Este autor se dio a conocer con una novela para adultos, La sombra del viento, pero antes había escrito varias obras para jóvenes lectores que, pese a su calidad, no tuvieron repercusión. Todas ellas están protagonizadas por adolescentes perdidos: en la orfandad, el exilio o en su propia adolescencia; narran, casi siempre en primera persona, una experiencia que los convirtió en adultos. Plenos de incertidumbre y misterio, sus libros están contados con una prosa bella y emotiva. De sus obras "cadete" yo prefiero, porque mis alumnos los han preferido, la citada Marina y El palacio de la medianoche... "Quiero saber que te vas y que no huyes"... dice uno de los personajes de una de las obras, editadas por Planeta y por menos de 10 euros. A partir de 13 años.


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Mitos griegos, recreación de María Angelidou, recoge los mitos más importantes y con mayor repercusión literaria de la Antigua Grecia. Están contados con sencillez, son breves y se acompañan de hermosas ilustraciones realizadas por Svetlin; en él se recorre la historia de Aracne, Medusa, Orfeo... y otros muchos seres de la mitología clásica. Para lectores de 12 años en adelante, está publicado por la editorial Vicens Vives, podemos encontrar varios ejemplares en el instituto o adquirirlo por menos de 10 euros en las librerías del pueblo. Su mejor referencia es la opinión de los lectores de 2º de la ESO: "una vez que empiezas, es imposible dejar de leer". Os dejo la portada y una de sus ilustraciones (tiene muchas más)...


 

martes, 22 de enero de 2013

 AUTOR:Federico Moccia.
Tras pasar dos años en Nueva York, Step vuelve a Roma. El recuerdo de Babi le ha acompañado todo este tiempo y teme el momento de reencontrarse con ella. Pronto se da cuenta de que las cosas han cambiado y de que poco a poco tendrá que reconstruir su vida de nuevo en Italia: hacer nuevos amigos, conseguir un empleo, empezar una nueva vida...Cuando conoce a Gin, una chica alegre y preciosa, parece que podrá enamorarse de nuevo. Pero no es fácil olvidar a Babi y cuando la ve por primera vez siente cómo todo su mundo se tambalea...¿Es posible revivir la magia del primer amor?
En Tengo ganas de ti, la esperada segunda parte de A tres metros sobre el cielo, Federico Moccia nos deleita con una deliciosa novela que nos habla de los deseos, de amor y de sueños. El continúa: millones de jóvenes italianos imitan una escena de la novela y cuelgan en el Puente Milvio candados con sus nombres. Son los candados del amor, un maravilloso ejemplo de cómo la realidad emula a la ficción, ya que el libro los protagonistas sellan su amor con un candado.

domingo, 20 de enero de 2013

tres metros sobre el cielo

‘A tres metros sobre el cielo’, de Federico Moccia

19 ene 10
A TRES METROS SOBRE EL CIELO.
...tres metros sobre el cielo', pues la quinceanera babi sera cortejada por un muchacho violento, casi un vago, step, que no lleva el tren de vida que esta jovencita posee gracias a la acomodada posicion de su familia. como contraste, step sigue en su moto al mercedes de babi, un día que ella va con su hermana Daniela y su padre al colegio. Step es impertinente porque se enamora a primera vista de ella, mientras babi, una estudiante ejemplar tiene que mostrarse fria y cortante con el, quien inicia su asedio. esta novela trata de la sexualidad de las adolescentes como un proceso de aprendizaje, donde el eros debe seguir su curso natural y no puede ser forzado por la prisa, como ejemplo de ello, daniela rechaza la acometida de un amigo que queria acelerar

domingo, 13 de enero de 2013

DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

MIGUEL DE CERVATES

Don Quijote de la Mancha.

 En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando leía: ...los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recibía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero:
Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

miércoles, 9 de enero de 2013

La sirena



[Cuento. Texto completo]
Ray Bradbury
Allá afuera en el agua helada, lejos de la costa, esperábamos todas las noches la llegada de la niebla, y la niebla llegaba, y aceitábamos la maquinaria de bronce, y encendíamos los faros de niebla en lo alto de la torre. Como dos pájaros en el cielo gris, McDunn y yo lanzábamos el rayo de luz, rojo, luego blanco, luego rojo otra vez, que miraba los barcos solitarios. Y si ellos no veían nuestra luz, oían siempre nuestra voz, el grito alto y profundo de la sirena, que temblaba entre jirones de neblina y sobresaltaba y alejaba a las gaviotas como mazos de naipes arrojados al aire, y hacía crecer las olas y las cubría de espuma.
-Es una vida solitaria , pero uno se acostumbra, ¿no es cierto? -preguntó McDunn.
-Sí -dije-. Afortunadamente, es usted un buen conversador.
-Bueno, mañana irás a tierra -agregó McDunn sonriendo- a bailar con las muchachas y tomar ginebra.
-¿En qué piensa usted, McDunn, cuando lo dejo solo?
-En los misterios del mar.
McDunn encendió su pipa. Eran las siete y cuarto de una helada tarde de noviembre. La luz movía su cola en doscientas direcciones, y la sirena zumbaba en la alta garganta del faro. En ciento cincuenta kilómetros de costa no había poblaciones; sólo un camino solitario que atravesaba los campos desiertos hasta el mar, un estrecho de tres kilómetros de frías aguas, y unos pocos barcos.
-Los misterios del mar -dijo McDunn pensativamente-. ¿Pensaste alguna vez que el mar es como un enorme copo de nieve? Se mueve y crece con mil formas y colores, siempre distintos. Es raro. Una noche, hace años, todos los peces del mar salieron ahí a la superficie. Algo los hizo subir y quedarse flotando en las aguas, como temblando y mirando la luz del faro que caía sobre ellos, roja, blanca, roja, blanca, de modo que yo podía verles los ojitos. Me quedé helado. Eran como una gran cola de pavo real, y se quedaron ahí hasta la medianoche. Luego, casi sin ruido, desaparecieron. Un millón de peces desapareció. Imaginé que quizás, de algún modo, vinieron en peregrinación. Raro, pero piensa en qué debe parecerles una torre que se alza veinte metros sobre las aguas, y el dios-luz que sale del faro, y la torre que se anuncia a sí misma con una voz de monstruo. Nunca volvieron aquellos peces, ¿pero no se te ocurre que creyeron ver a Dios?
Me estremecí. Miré las grandes y grises praderas del mar que se extendían hacia ninguna parte, hacia la nada.