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miércoles, 5 de febrero de 2014

los girasoles ciegos

LOS GIRASOLES CIEGOS, ALBERTO MÉNDEZ
(I) Si el corazón pensara, dejaría de latir

Ésta es la historia del capitán Alegría que decidió traicionar al Ejército Nacional porque según él, rindiéndose, habrían humillado más al ejército de Franco que resistiendo tenazmente, porque sin muertos no habría gloria, y sin gloria solo habría derrotados.

Su historia empieza a finales de 1938 cuando se dirigió al borde de una trinchera republicana declarándose rendido. Cuando lo pillaron y le hicieron prisionero, un grupo de militares lo acompañó hasta la Capitanía General en Madrid. Después de algunas horas de su llegada, lo encerraron en una celda. Pero ya un par de horas después, la Capitanía General fue ocupada. El Capitán Alegría en seguida reconoció a sus compañeros. Aunque también, delante de éstos, se declaró traidor y por eso, algunas horas después, fue ejecutado. Hasta el día 18 siguió en una cárcel cerca de Burgos donde había sido traslado desde hacía tres días. Pero justo aquel 18 de abril para él llegó el final de su vida. Un disparo. Cuando el capitán Alegría recobró el conocimiento, se encontraba en una fosa común; había trasgredido la ley del mundo, donde el regreso está prohibido. Todos olían a sucio, macilentos, y él, herido, con la sangre que le fluía por la cara, consiguió levantarse y se puso en marcha para buscar ayuda. Al ver ese hombre sucio, lleno de sangre, solo una mujer se paró porque los demás prefirieron huir de este “muerto”. Ésa fue la señal de que algo humano había sobrevivido a los estragos de la guerra. El capitán Alegría después de tres días en casa de esta mujer se puso en marcha hacia su pueblo, pero su camino se paró: la muerte llegó otra vez para recogerlo, y esta vez sin regreso.


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